Uno de los temas más recurrentes en las conversaciones, que mantengo entre amigos, es la sobreprotección, y como esta puede afectar en el desarrollo y nivel de autonomía de una persona con discapacidad.
Pero es muy complicado plantearle a una familia, que actúa desde la más noble intención de cuidar de un ser querido, el posible hecho de estar perjudicándolo causándole una dependencia mayor de la estrictamente necesaria.
Es cierto que no debemos generalizar, y habría que examinar las particularidades de cada caso. Tengamos en cuenta la existencia de niveles extremos de discapacidad, en los que se requiere una implicación completa por parte de la familia y/o cuidadores. Pero, en determinadas ocasiones, me encuentro con una excesiva protección ante una discapacidad que, si bien es limitante, lo podría ser menos si la actitud familiar fuera algo distinta.
Labores cotidianas como ducharse, vestirse, comer, lavarse los dientes...; son tareas a las que todos debemos enfrentarnos a diario y durante toda la vida. Si existe una posibilidad, aunque sea mínima, de lograr realizar estas tareas por uno mismo, sería importante intentarlo ya que, de lograrlo, conllevarían unos beneficios enormes, tanto para la persona con discapacidad, como para su entorno.
Muchas veces he visto, y en mi niñez también lo viví aunque no con mucha frecuencia, actitudes que desmotivan al niño en su intento de realizar cualquier tarea. El impulso de ayudar a un menor a realizar ciertas tareas que, tal vez con un poco de paciencia y motivación, pudiera llevar a cabo por sí solo, retrasan el aprendizaje, alargando el periodo de dependencia más de lo necesario.
Soy consciente de que el ritmo de vida que muchos llevamos, dificulta el disponer de tiempo suficiente para que un niño, con ciertas limitaciones físicas, pueda intentar las labores cotidianas. Pero tal vez con el simple hecho de permitirle un intento cada día, ya le estamos dando la posibilidad de lograrlo en algún momento.
Pero, si bien es cierto que es conveniente darle importancia a estas cuestiones desde la niñez, porque es cuando el aprendizaje es más efectivo, sería erróneo pensar que en la etapa adulta no es posible adquirir nuevas habilidades en este sentido. La diferencia, con relación a los menores, es que no dependemos de las opciones que nos den otros, sino de la motivación que tengamos nosotros mismos.
Las ansias de libertad no son iguales para todos y veo, con cierta pena, casos en los que el conformismo es patente, y el mantener la situación actual es el único objetivo. Esto es respetable, sin duda, pero cuando te das cuenta de toda la independencia que se podría lograr si hubiera un poquito de motivación, no puedo evitar sentir, cuando menos, extrañeza.
Siempre me ha resultado incómodo el depender de los demás. Tal vez sea mi propia forma de ser, mi amor por la libertad e independencia, la que me hace sentirme así y, aunque pueda sonar extraño para los que no me conozcan lo suficiente, en muchas ocasiones me he sentido más protector que protegido. Quizás sea esta particularidad de mi, la que me haya llevado a buscar formas, a veces poco convencionales pero efectivas, para alcanzar el mayor nivel de autonomía posible.
La sensación de libertad que me ofrece el hecho de poder defenderme en actividades como ducharme, vestirme, comer, ir al baño... me han reforzado en mi autoestima, permitiéndome relacionarme con personas ajenas a mi entorno, salir de casa, viajar, vivir experiencias, etc, sin tener que preocuparme de las cuestiones más básicas.
Pero tampoco se trata de negarnos a aceptar nuestros límites, ya que todos los tenemos, y reconocerlos es también un ejercicio necesario para lograr una plena integración. Aceptar la ayuda que realmente necesitamos es, sin duda, una forma de interacción que nos permite relacionarnos con los que nos rodean.
En resumen, la motivación es una de las principales claves para alcanzar el mayor grado de autonomía posible.