Equivocarnos de camino es muy frecuente. Tal vez no sea tanto por falta de experiencia, que también influye, sino más bien por confundirnos en momentos de poca claridad, donde sentimientos y razón se mezclan, dificultando identificar bien cuál es la senda correcta para nosotros.
Admitir tal equivocación y deshacer lo andado, no debe ser visto como un fracaso, sino como parte del proceso de nuestro eterno aprendizaje, el cual, tarde o temprano, nos permitirá trazar el rumbo correcto, y alcanzar lo que tanto anhelamos.
En muchas ocasiones fallamos subestimando la dificultad del terreno, poniéndonos en una situación excesivamente complicada. Ante esta adversidad, empeñarnos en negar lo evidente, solo nos expone más, haciendo que nos dañemos más de lo imprescindible y, tal vez también, hiramos a otros que han confiado en nuestra fortaleza para andar por ese camino, y nos veamos obligados a dejarlos solos en pleno viaje.
Por todo esto, la sinceridad es tan importante. Lo primero es ser sinceros con nosotros mismos, porque no hay nada peor que negarnos a admitir lo que sentimos en cada momento, y reconocer que nos vemos superados ante algo que nos sobrepasa y nos impide seguir. Lo segundo es respetar a los que te acompañan, haciéndolos conocedores de tu situación real, para que puedan decidir con toda la información necesaria.
Tal vez, esta reflexión carezca de sentido para algunos, pero otros puedan sentirse identificados. Todo depende de las experiencias que hayamos tenido, las cuales nos harán posicionarnos en un lado u otro de este texto.
Soy de los que siempre tienden a seguir caminando, intentando ayudar a los que me acompañan en el camino. Pero mi senda no es fácil y no suelen ser conscientes de ello hasta que la comienzan a andar. Sería honrado admitirlo nada más verlo, ya que no todos/as disponen de las energías necesaria para escalar cualquier montaña, y no habría reproche posible ante tal renuncia. Pero insistir en la intención de seguir avanzando pese a las dudas, es exponernos a demasiado riesgo.
La experiencia ya me hace frenar al menor indicio de inseguridad, y es que me doy cuenta de que, al principio, la idea de ser capaz de ir superando obstáculos por un deseo es cautivadora, equiparable a cualquier cuento o novela romántica en la que los sentimientos pueden con todo, pero la vida real no funciona tal cual se describe en estos libros, y sentir el impulso pasional suficiente para enfrentarse a estas experiencias está al alcance de muy pocos/as.
La valentía, quizás la cualidad que más admiro de cualquier persona, se puede expresar de formas muy variadas. No es solo cuestión de lanzarse al vacío sin más, ser valiente también es enfrentarse a la verdad cara a cara, admitir nuestras confusiones y equivocaciones, y retroceder sin temor a ser juzgados.