El concepto “persona dependiente” se suele vincular al mundo de la discapacidad, como si fuéramos los únicos que dependiéramos de otros para poder desarrollar nuestro día a día. Esta idea, errónea en mi opinión, es fruto de no profundizar lo suficiente en el tema, quedándose solo en la superficie u observando solo desde la distancia, como si el tema no fuera con ellos.
Pero parémonos a pensar un momento, y repasemos el día a día de una persona “normal”. Si no vive apartado de la sociedad, ya sea en una isla desierta, un bosque, o en cualquier otro lugar donde las circunstancias obligan a ser autosuficientes, la vida en sociedad implica el reparto de funciones, cubriendo así, entre todos, las necesidades existentes en la vida actual.
Si se te avería un electrodoméstico, si necesitas un trámite burocrático, o tienes algún problema de salud, dependes de otras personas para resolver estas situaciones ya que, difícilmente tengas conocimientos suficientes sobre electrónica, leyes y medicina.
Pero claro, podíamos pensar que muchas de estas “dependencias” las compensamos con un desembolso económico. Por tanto, ya no es una dependencia en sí, sino una necesidad que cubrimos contratando un servicio. Ahí estaría la clave, cuanto mayores sean los medios de los que dispongamos, menor será la dependencia.
Las necesidades que podemos tener como personas con discapacidad son, en muchos casos, diferentes a las necesidades que he citado antes, pero no por ello tienen que ser más difíciles de solventar. Con los medios necesarios, y concienciación de la sociedad, podríamos desarrollar nuestro día a día como cualquier otra persona.
Por otra parte, y centrándome más en mi experiencia personal, siento que mi dependencia se compensa, en gran medida, con el servicio que puedo aportar a los demás. Mi profesión como informático, mi experiencia de vida, mi sentido del humor, mis valores… son aspectos que me hacen sentir necesario para muchos/as, y creo que ese debe ser el objetivo, lograr sentirnos útiles y necesarios para la sociedad.