Hace ya unos años, alguien me reprochó el ser un soñador, como si ello fuera un aspecto negativo entre las características de una persona. Tal vez, en aquella situación, dicho reproche fuera motivado por mi negativa a renunciar a mis sueños, a pesar de la caída que acababa de sufrir.
Para algunos, el riesgo a caerse es suficiente motivo para no escalar una montaña. Para otros, la ilusión y el deseo de llegar a la cima, basta para vencer al miedo, y lanzarse a la aventura logrando así vivir una experiencia que nos enriquece y nos hace sentir vivos, independientemente de si alcanzamos la cumbre o no.
Estoy orgulloso de considerarme entre los que no permiten que el miedo les paralice, permitiéndome continuar la escalada pese a las caídas que he ido sufriendo.
Y es que pienso que todo los logros que conseguimos empiezan siendo simples sueños, y es nuestra confianza en ellos, los que los puede convertir en realidad.
Tras todos estos años, la misma persona que me lo reprochó en su día, hoy me elogia el hecho de haberme mantenido firme en mis ideales, el no haberme dejado vencer por la frustración sufrida en cada caída, y seguir creyendo en mis sueños igual que el primer día.
Soy consciente de lo difícil que es a veces, y que no se puede vivir de espaldas a la realidad. Pero si no tenemos una ilusión en el horizonte, ¿qué sentido tendría la vida?.
Es por esto por lo que sigo luchando por mis sueños, viviendo mí día a día con ilusión, y mirando esa montaña esperando a la siguiente oportunidad para volver intentar escalarla.