
Llevo unos días reflexionando sobre el gran contraste en el trato que recibo por parte de diferentes personas, dependiendo de factores como edad, cultura, formación … Tal vez, estos factores citados son solo elementos circunstanciales, y sea más cuestión de formas de pensar y capacidad de observación, unidas a aspectos más emocionales. Realmente es complicado dar con el origen de estas diferencias en las formas del trato que recibo, pero lo cierto es que se dan constantemente, y me resultan muy curiosas.
No es algo que observe desde hace poco, ni mucho menos; llevo observándolo desde que tengo uso de razón, y he ido desarrollando una especie de instinto que me permite, en pocos segundos, saber cuál va a ser la actitud de una persona, con la que debo interactuar, con respecto a mí, y mi discapacidad. Esta habilidad me hace adoptar la postura más adecuada en cada caso, para evitarme frustraciones o situaciones incómodas, a la vez que busco la mejor forma de comunicarme y adaptarme a la situación. Muchas veces, una simple sonrisa o gesto, logra mejorar la interacción, en otras ocasiones más complejas, opto por desistir y dejar que la situación pase sin más.
El motivo por el cual reflexiono ahora sobre esto, y me decida a plasmarlo en este texto, es que realicé un viaje hace pocos días, en el cual hice trayectos de varias horas sin acompañante, y esto me expuso a situaciones muy diversas. Si bien, no es el primer viaje en solitario que realizo, y ninguna de las situaciones fueron novedosas para mí, si es cierto que no recuerdo haber vivido situaciones tan diferentes en un espacio de tiempo tan breve.
En el aeropuerto de origen no hubo nada destacable. Ya me conocen y cada persona con la que debo interactuar (personal de la aerolínea, agentes de AENA, y miembros del control de seguridad), están acostumbrados a verme y tratar conmigo, por lo que todo se ha normalizado. Cuando hay personal nuevo, los compañeros les transmiten esta normalidad, y todo es muy intuitivo.
En el avión recibí un trato muy correcto y amable. La tripulación era joven y la comunicación fue fácil. Me prestaron la ayuda precisa, preguntándome antes de cada actuación. Fue un vuelo cómodo.
A la llegada a destino empezaron los “problemas”. Madrid Barajas, el aeropuerto de referencia en España, tiene uno de los peores servicios de asistencia que conozco (y he visitado muchos de los principales aeropuertos del país). Pésima organización, mínimo tacto en el trato, percepción de desgana en el trabajo, hacen que la experiencia no sea, para nada, satisfactoria.
Primero el tiempo de espera, una vez bajado del avión, por no tener claro quién me tenía que acompañar hasta el taxi. Luego comentarios poco afortunados sobre mí y como me permitían viajar sin acompañante en mi situación (yo no entiendo que un servicio de asistencia se preste con personal sin formación, pero me aguanto). Estaba presente una supervisora de AENA, supuestamente para hacer un informe sobre la calidad del servicio. Por su actitud, dudo que en dicho informe aparezcan las incidencias que describo, aun así, le transmití mi desconformidad por el comentario del agente, algo que sirvió para hacerme presente como persona que entiende lo que se dice a mi alrededor, y comenzar a tratarme como la persona adulta que soy.
El mismo agente del comentario desafortunado, al darse cuenta de su torpeza, me prestó mayor atención para finalizar el servicio de forma correcta. Me llevó al taxi, acompañados por la supervisora, que le hacía indicaciones recordándole que debía preguntarme si estaba satisfecho con el servicio. Me abstuve de dar más quejas y dije que si; después de todo, ya habían quedado claro los errores cometidos.
Me subí al taxi, el agente guardó la silla en el maletero, y me entregó la mochila que llevaba como equipaje, indicandole luego al taxista que me prestara atención, porque yo le diría donde tenía que llevarme. Supongo que quiso evitar que cometiera su mismo error. Le entregué la dirección del hotel donde me alojaba, él me preguntó si se encontraba por determinada zona, y lo corregí comunicándole la zona correcta. Me entendió a la primera, puso el GPS y me llevó al destino sin más interacción.
Llegamos al hotel y me pidió confirmación si era el hotel correcto, le dije que si, y le aboné la carrera. Se bajó para avisar al recepcionista, y este salió para ayudarme.
Aquí todo fue perfecto. Hice el cheking sin problemas. El haber tenido contacto previo por email facilitó todo, pero la interacción fue natural y fluida. Me preguntó si quería que me ayudara a subir a la habitación, pero decidí esperar a mi amiga, con la que había quedado, en la cafetería del hotel.
Durante mi estancia en Madrid no hay mucho que destacar. Dado que estuve con personas que me conocen desde hace muchos años, y para las que la parálisis cerebral forma parte de su cotidianidad, la normalidad estuvo presente en todo momento. En determinadas ocasiones la comunicación era dificultosa, debido al bullicio de la calle y locales donde nos encontrábamos, pero con calma lográbamos llegar a un entendimiento.
Pero tampoco creo necesario la existencia de un vínculo familiar, amistoso, o de cualquier otro índole afectivo, para que se dé un trato normalizado; basta con prestar un poco de atención, logrando así una mejor interacción, y evitando caer en errores por prejuicios.
En el regreso todo transcurrió con normalidad hasta llegar al aeropuerto, desde donde iniciaba el viaje de vuelta. Mi amiga me acompañó hasta el filtro de seguridad, por lo que la facturación, y la petición del servicio de asistencia fue relativamente sencilla y rápida.
Esta vez me asignaron un agente del que recibí un trato correcto y muy amable. Entablamos conversación mientras nos desplazamos hasta la mesa de AENA de la zona de embarques, donde nos tienen a la espera antes de llevarnos a la puerta de nuestro vuelo. Dicho agente me dejó comunicándome que un compañero vendría a buscarme en breve.
De nuevo, las carencias de organización se hicieron patentes, dejando que el tiempo trascurriera sin que nadie comprobara el estado de mi vuelo. La experiencia me ha hecho aprender de estas situaciones, y tengo la app de AENA en mi móvil, por medio de la que me van llegando los avisos de embarque. Vi que ya mi vuelo estaba embarcando cuando se percataron de que yo seguía allí (parece que hacía rato le habían asignado mi asistencia a un agente, y este no se había dado por enterado).
A toda prisa me llevaron a la puerta de embarque, donde se volvieron a dar cuenta de otro error, no habían traído la silla que usan para llevarme hasta el asiento, a aparte de que se necesitan dos agentes para esta operación, y conmigo solo venía uno.
Con todo estos fallos de organización, mi estado de nerviosismo e incomodidad eran notorios, lo cual me hace más dificultosa la comunicación.
Por fin me entraron en el avión, pero como el pasaje ya estaba embarcado, fue necesario levantar a una persona para poder llegar a mi asiento en ventanilla. Este hecho no es que tenga mucha importancia, pero no deja de ser otra incomodidad derivada de los errores cometidos previamente.
La tripulación me indicó que debían ponerme la mochila en un compartimento, pero que cogiera lo que mi hiciera falta, sin prisas. Cogí la table para escuchar un poscast durante el vuelo, y me dispuse a cerrar la mochila, para lo cual, la persona que tenía al lado, me ayudó. No me preguntó antes, como pienso que sería lo correcto siempre, pero agradecí la voluntad dejando que lo hiciera. Lo que no llevé tan bien fue al comenzar el proceso de abrocharme el cinturón, operación que suelo hacer yo, aunque a veces dejo que se ocupe un miembro de la tripulación, si se ofrecen a ello. Esta vez me disponía a hacerlo yo mismo, pero esta persona no me lo permitió, le intenté agradecer el gesto al tiempo que le expresaba que podía solo, a lo cual respondió con un “No, no puedes!” y prosiguió con su empeño. Opté por no insistir y dejar que lo hiciera ella, pero es una situación en la que siento mucho agobio.
Entiendo que esto último cueste entenderlo un poco. ¿Agobiarse por recibir ayuda? Y me gustaría explicar esto bien, porque creo que le pasa a mucha gente y, aun teniendo buena voluntad, se pueden ocasionar situaciones muy incomodas.
La persona que tiene limitaciones físicas es muy consciente de ello, y sabemos perfectamente la necesidad de recibir ayudas para ciertas operaciones. Es por ello que agradecemos enormemente estos gestos de buena voluntad, pero se debe ser consciente, de igual forma, que una ayuda impuesta es incómoda, porque reduce la libertad del individuo, y le hace sentir más limitado de lo que realmente es. Por ello, siempre es vital preguntar antes de actuar, así se evita invadir la libertad y el espacio de la persona, más cuando no se sabe ante qué situación nos encontramos. Hacer juicios sobre las necesidades de alguien, solo basándonos en nuestras apreciaciones, nos lleva a cometer errores. Preguntando evitaremos estas situaciones.
El vuelo trascurrió sin más acontecimientos, y la llegada a destino fue tranquila. La auxiliar de vuelo me informó de que mi silla ya estaba en el finger, información que agradecí porque siempre estoy pendiente de que llegue bien (después de todo es una parte más de mi cuerpo), y me entregó la mochila para que guardara la table antes de que los agentes de AENA entraran a por mí.
Habrá quien lea esto y piense que soy un valiente por exponerme a estas situaciones. Otros pensaran que soy un inconsciente al asumir tanto riesgo en mi situación. Yo solo pienso que ejerzo mi derecho a vivir de la forma más plena posible, sin que factores ajenos a mi discapacidad me limiten más de lo que lo hace ella misma. Si todos fuéramos un poco más conscientes de estas realidades, y no nos diera tanto reparos, ni pereza, preguntar, sería mucho más sencillo, y todos ganaríamos.