
Hay conversaciones que cuentan historias proyectando una imagen que reflejan emociones y situaciones. Lo que expongo a continuación solo es una recreación basada en varias conversaciones, tanto vividas en primera persona como relatadas por conocidos que me han dado la base para escribir este "relato".
Con esto no busco victimismo sino todo lo contrario. Trato de mostrar una situación que, con el tiempo, llegamos a normalizar y hasta comprender, evitando culpabilizar a alguien por no poder vencer barreras que, si bien no son tan visibles como las arquitectónicas, suelen ser más dañinas. Hablamos de las barreras e incomprensiones sociales.
El objetivo deseado sería llegar al momento en el que plantearse una relación con alguien con discapacidad, al margen de la complejidad que pudiera implicar, no conlleve incomprensión, rechazo ni presiones varias, y sea vista como una opción tan válida y aceptada como muchas otras.
(Suena el teléfono)
Él - Dime
Ella - Hola, necesito que hablemos.
Él - Creo que ayer fuiste muy clara, no sé qué más queda por hablar.
Ella - Por favor, déjame explicarte mejor lo que siento y mis motivos. Sabes que siempre me ha costado expresarme en cuanto a sentimientos se refiere, y ayer se me hizo muy duro mirarte a los ojos mientras te comunicaba mi decisión. No fui capaz de darte todas las explicaciones que mereces.
Él - ¿Dar más explicaciones va a cambiar algo? Tomaste una decisión, me toca aceptarla, no hay más. No quieres seguir con lo nuestro, y me diste tus motivos. ¿Qué más explicaciones tienes que darme?
Ella - Sé que estas dolido por lo que te dije, y tienes motivos para estarlo. Me agobié y dije lo primero que me vino. Me es muy difícil explicar la impotencia que siento por no ser capaz de enfrentarme a mis miedos, mis complejos, y mirarte a ti sin sentirme frustrada. Mis complejos son absurdos en comparación a los que tú has tenido que superar, por ello me cuesta hablarte de ellos.
Él - ¿Ahora es culpa mía que te cueste expresarte? Jamás me he comparado contigo, ni con nadie. Siempre te he dicho que cada persona es un mundo, y siente a su modo. Ayer solo te dije que no era lógico lo que me estabas contando, porque se contradecía con lo que me asegurabas casi desde que empezamos a hablar.
Ella - ¿Y crees que no lo sé? ¿Crees que no soy consciente de mis contradicciones? Joder, ya me gustaría tener tu seguridad y coherencia, pero no soy así, no soy perfecta y ya lo sabes.
Él - Nadie lo es, y nunca he buscado algo que no existe. Pero creí que estábamos juntos porque conocíamos nuestras imperfecciones, y las aceptábamos.
Ella - Acepto las tuyas, pero no logro vencer las mías, y para darte lo que mereces necesito liberarme de complejos que están muy arraigados en mí. Sería muy injusto pretender que sigas esperando a que me libre de todo lo que me bloquea, mientras que tú llevas derribando muros toda tu vida, sin esperar a que los derriben por ti. No soy la valiente que creía poder llegar a ser por ti.
Él - Ya, eso me suena. “te dejo porque es lo mejor para ti”. Estoy ya mayor, y he vivido demasiadas veces esta situación, para que me vengas con esta excusa. Me conoces lo suficiente para saber que no necesito que decidan lo que es mejor para mí. No quieres, o no puedes, seguir con lo nuestro, no es necesario que busques explicaciones que te hagan sentir mejor. No voy a culparte de nada, ya no.
Ella - Siento que si lo haces, o tal vez soy yo la que proyecto mi culpa. Pero sé que piensas en todo lo que te dije al principio para demostrarte que tenía claro lo que sentía por ti; que me daba igual tu silla, tu parálisis, tus dificultades para hablar, movimientos y posturas involuntarias; y que empujaría tu silla hasta donde hiciera falta contar de estar contigo, sin importar lo que opinaran los demás. Sé que piensas en todo eso y te sientes defraudado, porque me creíste. Creíste en mí cuando nadie lo hacía, por eso me siento tan mal.
Él - Se dicen muchas cosas al principio, más cuando se es tan joven como tú. Tengo mi parte de culpa en esto, porque era consciente de que no conocías a lo que te ibas enfrentar. Te avisé, pero debí reconocer que la ilusión no dejaría que te lo plantearas, y dejé que te estamparas con el mismo muro contra el que tantas veces he estrellado mi silla.
Ella - No me trates ahora con condescendencia, no soy una niña que no sabe nada de la vida. He cometido un error por mi falta de experiencia, sí, pero esto no es algo a lo que se enfrente todo el mundo. Me ha tocado vivirlo contigo, y mi aprendizaje se ha cobrado hacerte sufrir, y es lo que más me cuesta aceptar.
Él - Pues tendremos que aceptarlo. Nada puede hacerse para aliviar tu malestar. El tiempo irá aplacando las emociones, y recordaremos todo esto de otro modo.
Ella - ¿Y ya está? ¿Seré una más de esas amigas tuyas que intentaron ser algo más y no tuvieron el valor para ello? Qué bajón darme cuenta de que no soy mejor que aquellas a las que tanto critiqué.
Él - No sé qué quieres. Aun no entiendo el sentido de esta conversación. Si buscas sentirte mejor, hablar conmigo no es el modo de hacerlo. Sigue adelante, y deja que el tiempo pase, sin más. Encontrarás el camino adecuado para ti.
Ella - Siento que dejo escapar a alguien muy especial, pero supongo que no valgo para enfrentarme a lo que conlleva ser tu pareja.
Él - Solo tú puedes responder a esa cuestión.
Ella - Lo sé, no pretendo que respondas a cuestiones mías cuando ni yo misma soy capaz de resolverlas. En fin, espero que des con la valiente que mereces, alguien que te presente como su pareja, sin esconder lo vuestro tras la etiqueta de la amistad.
Él - Cuídate, y ojala logres resolver todo eso que te bloquea y te impide ser feliz.
Ella - Adiós.
Él - Adiós.