En mi niñez, no pocas veces escuché el comentario “
Para qué tendremos que aprender esto, si no nos va a servir para nada”; emitido por algún compañero de clase desmotivado al no comprender la aplicación práctica de los conocimientos sobre diferentes materias como matemáticas, física, biología, geología, historia, etc. que nos obligaban a estudiar.
Si bien era comprensible tal pensamiento en edades tempranas, al carecer de una experiencia suficiente para dar perspectiva de futuro a los conocimientos adquiridos, es penoso darse cuenta de que ese ideario ha prevalecido en algunas personas tras el paso de los años, haciendo que ni si quiera sean conscientes de su nivel de ignorancia.
Aquellas materias que se nos impartió en nuestra etapa escolar, a nivel muy básico, no tenían como finalidad crear expertos en esas disciplinas. El objetivo era darnos una base, lo más extensa posible, donde asentar nuestro pensamiento crítico, logrando desarrollar nuestras propias ideas basadas en el conocimiento y deducción lógica, y poder discernir entre argumentos sólidos y teorías especulativas.
Viendo los acontecimientos de los últimos años, donde se han extendido ideas como el terraplanismo, antivacunas, conspiranoicos del 5G, movimientos OVNI, bebedores de legía, negacionistas de la existencia de determinadas enfermedades, entre otras muchas expresadas por grupos de iluminados; siento que estamos fracasando en el objetivo de crear una sociedad libre y formada, con la capacidad de pensar por sí misma sin caer en las manipulaciones de personajes con ansias de notoriedad, que no tienen escrúpulos a la hora de manipular a otras personas para lograr su objetivo, o se creen sus propias fantasías sintiéndose portadores de la verdad absoluta. Ambas opciones son igual de dañinas y peligrosas, y únicamente difieren si merecen acabar tras los barrotes, o en las habitaciones de paredes acolchadas.
Paradójicamente afirman que somos nosotros, aquellos que nos guiamos de la lógica y las explicaciones científicas, comprobadas y confirmadas por métodos diseñados para minimizar la posibilidad de dar información errónea, y los que nos fiamos de facultativos con una formación reglada, y comprometidos con la salud de todos nosotros (muchas veces poniendo en riesgo la suya propia), los que llevamos una venda en los ojos y estamos manipulados por no se sabe que élite, con intereses ocultos, que logran engañar a todos menos a ellos.
Pero si vemos el currículo de estos “portadores de la verdad” nos damos cuenta de la nula formación que poseen para respaldar los argumentos usados; haciendo menos explicable aún la absurda credibilidad recibida.
Está claro que la libertad de expresión y de pensamiento debe ser preservada, pero por este mismo motivo debemos evitar que sea usada para manipular y extender bulos que pongan en riesgo la vida de las personas, haciendo que dichas libertades sean cuestionadas y, llegados al extremo, restringidas.
Debemos ser conscientes de lo serio que puede ser este tema, en una sociedad en la que tenemos tanta facilidad para expresarnos abiertamente. Ahora más que nunca tenemos que dar importancia a la cultura general y formación de la sociedad, para protegernos de las manipulaciones malintencionadas y de los iluminados de turnos (ya sean falsos médicos o cantantes con una mala vejez).
Tenemos que cuestionar todo aquello que se nos dice, venga de donde venga, y no darle validez hasta que podamos verificarlo a través de otras fuentes. Está claro que esto requiere un esfuerzo, muchas veces luchar contra nuestro propio sesgo, pero es la única forma de tener la seguridad de no ser engañados.
Ante todos estos acontecimientos me viene a la mente una de las frases más célebres de Albert Einstein: “
Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana; y no estoy seguro de lo primero”.