Recientemente se ha formado un gran revuelo tras la emisión, en la TV3 de Cataluña, de un sketch humorístico de la virgen del Rocío. A raíz de este hecho me he decidido a escribir sobre los límites del humor; un tema sobre el cual hace tiempo que llevo dándole vueltas y conversando con varias personas.
Dejando al margen que, muy posiblemente, el citado revuelo esté motivado más por enfrentamientos políticos entre comunidades, que por la supuesta ofensa causada por una de tantas representaciones humorísticas que se han hecho sobre creencias religiosas (el que no haya hecho un chiste sobre alguna virgen, que tire la primera piedra), me gustaría ir más allá y exponer mi visión sobre lo que yo considero la censura de los ofendiditos y los “bienqueda”.
El humor en sí ya se basa en ofender, en mayor o menor medida. Chistes de Lepe, negros, gais, discapacidad, mujeres, etc., son un clásico, o lo eran antes de que la revolución de las redes sociales diera voz a todo aquel que prefiere el conflicto y la controversia que reírse de si mismo y ser más tolerante.
Luego está el humor irreverente, que es aquel pensado para romper con los tabús sociales e incomodarnos. Y es justo en esa incomodidad donde tenemos la posibilidad de liberarnos de prejuicios y ver más allá de nuestros pensamientos y creencias, aumentando nuestra empatía.
Por poner un ejemplo muy claro sobre esto último, citaré el caso del humorista David Suárez, y su polémico chiste, con connotaciones sexuales, de una chica con síndrome de Down. Se podría discutir si fue de mal gusto o no, por su puesto; pero lo que no me cabe en la cabeza es que se le denunciara por un supuesto delito de odio. ¿Cómo se puede interpretar un delito de odio que un humorista, ejerciendo su profesión, haga un chiste? Por muy negro que este fuera, si hubiera sido condenado implicaría un peligroso retroceso en algo tan “sagrado” cómo la libertad de expresión. Paradójicamente, muchos de los propios afectados por este síndrome, agradecieron y celebraron que el humorista hiciera ese chiste, porque gracias a eso tuvieron la oportunidad de romper el tabú que existe sobre sexualidad y discapacidad, luchar contra la infantilización que padecen por parte de la sociedad, y normalizar todos estos temas, justo lo que se busca con este tipo de humor.
Afortunadamente esta denuncia, y todas las impuestas a otros humoristas por situaciones similares, han sido desestimadas o han obtenido una sentencia favorable al cómico. Al final la lógica y cordura sigue imperando judicialmente.
Nos estamos dirigiendo hacia una sociedad de ofendidos y enfadados con el mundo; aquel que no piensa como nosotros merece ser cancelado y apartado, como si nos estuvieran obligando a cumplir con un pensamiento y conducta única, igual que un rebaño sigue a un pastor invisible, que nadie sabe bien porque debe obedecerle, pero como la mayoría lo hace, nosotros criticaremos a todo aquel que no.
Hemos llegado a situaciones tan surrealistas como incomodarse conmigo, una persona a la que estaba comenzando a conocer, por atreverme a bromear con mi propia discapacidad. Ella no fue consciente, en ese momento, que en realidad lo que me hacía ver era su incomodidad hacía mí, al ser incapaz de normalizar mi discapacidad hasta el punto de poderse reír de ella, como hacen todos aquellos que me conocen y tienen más que asimiladas las peculiaridades de mi “cuerpazo”.
Otro caso que deja en evidencia como de susceptibles nos hemos vuelto, y como de diferente interpretamos el humor según de cerca nos toque, o nuestra capacidad de entender el contexto de lo que se dice, es el programa de movistar “La Resistencia”. Hace un tiempo tuvieron la brillante idea de dedicar un pequeño espacio para hacer chistes sobre tópicos relacionados con cada provincia española. Cada día se centraban en una diferente y resaltaban todo aquello que podría ser susceptible de ofensa. Fue muy curioso observar las diferentes reacciones de cada región, desde la más empática con el programa (siguiendo la broma y respondiendo con el mismo nivel de humor); hasta la más ofendida, exigiendo disculpas a la cadena de tv y amenazando con acciones legales. Esto demuestra que el problema no es el humorista haciendo un chiste, sino nosotros y nuestra interpretación del mismo.
Todo esto podría estar causado, en cierta medida, por la campaña del “lenguaje inclusivo” que tan en auge se encuentra en la actualidad. No discuto la importancia y necesidad de esta lucha, pero a veces tengo sentimientos enfrentado sobre este activismo tan acérrimo. Este tema merecería otro texto a parte y, por ello, no voy a profundizar sobre él aquí. Lo único que voy a añadir es que hace poco leí una frase, dicha por un adolescente: “No son las palabras lo que importa, sino la intención con la que las usemos”. Pienso que es la mejor conclusión con la que podría terminar este texto.